Gabrielle
Émilie Le Tonnelier de Breteuil,
Marquesa
de Chatelet (1706-1749)
Émilie
de Breteuil nació en 1706, en pleno reinado de Luis XIV, el Rey Sol, y en un
entorno donde no le faltaba casi nada. Su padre Louis Nicolás, a quién el rey nombró
introductor de embajadores, contrariamente a los usos de la época (y a la
opinión materna) le dio a su hija la oportunidad de adquirir conocimientos,
como si fuera un varón más; incluso recibía clases de esgrima, aparte de
equitación y gimnasia.
Era
costumbre en su tiempo que sólo estudiaran los varones y que las mujeres, al
cumplir los siete años, fueran enviadas a un convento para ser educadas allí
con las tareas propias de una dama: se descuidaba, por ejemplo, la escritura o
la lectura, pero se les enseñaba danza, canto, bordado, tejido y catecismo. Con
eso y una dote, ya tenían a las mujeres listas para casarse y tener hijos.
Émilie no sólo era curiosa, sino muy
inteligente y enseguida se destacó en los idiomas, a los 12 años dominaba el
español, el alemán, el italiano y el inglés, además de traducir textos en latín
y griego.
Cuando
Émilie cumplió los 19, sus papás la casaron con Florent Claude, marqués de
Chatelet-Lamon y ella continuó su vida
de casada noble y rica, sin olvidarse de seguir estudiando, que era una
actividad placentera para ella.
A los 27 años, le comunicó a su marido el
deseo de vivir por su cuenta, el cual aceptó. Pero siguió casada y disfrutando
de su posición económica y sin custodia marital.
Émilie se dedicó con más intensidad a los
estudios y a ello la ayudó un matemático destacado, Moreau de Maupertuis, que también fue amante suyo.
Las sesiones de la Academia de ciencias eran
un privilegio masculino, si ella deseaba saber qué se había hablado en alguna
de ellas, tenía que esperar a que se lo contasen en su casa.
Los comentarios sobre las sesiones de la
academia continuaban en un café cercano, en donde las normas antifeministas prohibían
a las mujeres el acceso a las reuniones. Entonces, ella decidió ir a ver a Maupertuis
al Café Gradot, vestida de hombre.
Voltaire, al que Emilie conocía de las fiestas
organizadas por sus padres, la acompañó en el concurso organizado por la
Academia de las Ciencias francesa destinado a ensayos sobre la naturaleza del
fuego. Pero poco después, la marquesa decidió experimentar por su cuenta y
presentar una memoria propia, de modo independiente. El escrito de Émilie se
titulaba Dissertation sur la nature et la propagation du feu, y en él ya
aparecían puntos de vista leibnizianos y deducciones de primera línea: por
ejemplo, sostenía que los rayos lumínicos de distinto color no proporcionan el
mismo calor.
En 1740 se publicó, las Institutions de physique, que era un libro de divulgación, pensado
para su hijo, sobre los principios de la física. Se trata de una síntesis
brillante de Descartes, Leibniz y Newton. La obra estaba tan bien escrita que
la marquesa fue nombrada por ello miembro de la Academia de Ciencias de
Bolonia.
La gran tarea de la marquesa es reconocida,
sobre todo en Francia, por la traducción completa y comentada de la obra de
Newton, los tres tomos de Philosophice
naturalis principia mathematica, que publicó en latín en 1687 y de la cual
hizo después tres versiones más completas; la tercera es la que le sirvió de
base a la marquesa para su traducción.
Para la dificultosa tarea de traducir Principia se necesita tener un gran
conocimiento de la matemática, ya que la obra original es un tratado matemático en latín con muchas
figuras y fórmulas y no son fáciles de entender. De hecho, tras la traducción
al francés de la marquesa nadie más ha
realizado otra.
Con ello hizo una contribución de fundamental
importancia al avance de la revolución científica.
Tras la muerte de Émilie, en 1749, Voltaire
dejó escritas estas palabras: “No es una amante lo que he perdido sino una
mitad de mí mismo, un alma para la cual mi alma parecía haber estado hecha”.
Federico II escribió: “He perdido un amigo de
25 años, un gran hombre que no tenía otro defecto que ser mujer y que todo
París echa en falta y honra”.
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