Sofia
Kovalevskaya ( 1850 -1891 )
Sofía
era matemática y a la vez política y escritora.
Nació en 1850, hija de un general zarista. El general y su mujer, de la
familia Schubert, astrónomos conocidos, vivían algo apartados de su familia, y
en particular de sus hijas, pues tenían que frecuentar la lejana corte rusa. Su
abuelo, que sentía gran admiración y respeto por las matemáticas, fue el
primero que despertó el interés de Sofía por conocerlas.
La
falta de papel por estar apartados de las grandes ciudades, hizo que se
empapelara la habitación de los niños con cualquier papel, a la espera del
definitivo. Estos fueron unos antiguos apuntes de su padre que contenían un curso de cálculo diferencial e integral
de Ostrogradski, un excelente matemático que había sido también inspector
de enseñanza de las escuelas militares. Las
fórmulas del curso describían curvas incomprensibles, eran integrales y derivadas parciales. Sofía las seguía con su
índice sin entenderlas pero llena de fascinación.
Era una alumna muy despierta. En una visita el
profesor Tyrtov, le regalo un libro de física. Acababa de escribirlo y la parte
de óptica estaba repleta de fórmulas trigonométrica. Sofia lo descifró e
ingreso al mundo de la trigonometría.
Ella además, escribía muy bien.
Ella
había desarrollado sola la trigonometría elemental. Tyrtov, asombrado, habló
con el padre de Sofia, un hombre que
veía mal que una mujer estudiara, y menos matemáticas, pero ante la insistencia
se dejó convencer y permitió estudiar a su
hija en San Petersburgo.
La
joven empezó a comprender los símbolos de Ostrogradaski que decoraban su cuarto.
Como los padres no le permitían salir de San
Petersburgo para instruirse más, Sofía encontró la solución, a través del
matrimonio blanco, que consistía en tener un matrimonio casto para poder
obtener el pasaporte y el consiguiente derecho de viajar al extranjero.
A
través de un sorteo para este tipo de matrimonios conoció un joven llamado
Vladimir Kovalevski (Kovalevskaya es, en ruso, el femenino de Kovalevski), que estaba
dispuesto a viajar, estudiar y compartir la vida con Sofía.
Los
Kovalevski marcharon a Heidelberg, luego de un par de años Sofía creía que su
conocimiento matemático necesitaba otro lugar. Todo lo que le quedaba por saber
lo encontraría en la capital, en Berlín.
En
ecuaciones diferenciales y cálculo, Weierstrass, en Berlín, era el mejor. Allí
tuvo que lidiar con las ideas antifeministas de los científicos: el acceso a
las clases y a los títulos académicos, estaba negados a las mujeres.
Como
ella no podía asistir en público a las enseñanzas de Karl Weierstrass, le pidió que le diera lecciones en privado.
El mismo accedió con educación pero con cierto fastidio, para evitarla,
Weierstrass le impuso como trabajo previo algunos ejercicios muy complicados
que hubieran terminado con la paciencia de cualquiera. Recibió como respuesta
los ejercicios resueltos y con brillantes razonamientos.
Weierstrass
cambió enseguida de idea. Quizás aquella mujer era mucho más inteligente de lo
que él había creído. Decidió darle clases, de lo cual nunca se arrepintió. Tras
años de preparación, Sofia dedicó su tesis doctoral a las ecuaciones
diferenciales. Luego realizó trabajos importantes, incluyendo uno sobre los
anillos de Saturno. El artículo de Kovalevskaya, trata sobre la forma y la
estabilidad de los anillos, en su época no se sabía nada, sólo podía
especularse sobre ellos.
Su
trabajo tuvo el honor de ser publicado en el Journal de Crelle, la universidad
más importante del mundo en matemáticas, la Universidad de Gotinga, le concedió
en 1874 el título de doctor.
Sofia
regresó a Rusia en busca de un empleo, no lo encontró.
Los
Kovalevski (Sofia y Vladimir), terminaron enamorándose el uno del otro. En 1878
nació su hija Sofia.
Con
el tiempo Vladimir, que ya era profesor de Paleontología en Moscú, se apartó
cada vez más de su actividad científica, pasando a ocuparse de negocios
especulativos que no le funcionaron bien. Fue cayendo en una espiral de
depresiones y terminó poniendo fin a su vida.
Acompañada
de su bebé, ella volvió a Alemania y no tuvo éxito, en la obtención de un
puesto académico. No había oportunidades para una doctora en matemáticas.
En
Suecia existía una opinión más tolerante. Sofia había conocido a Gosta
Mittag-Leffler, por aquel entonces el primer matemático de Suecia. Con su ayuda
consiguió un empleo en la Universidad de Estocolmo, alternando las matemáticas
y la literatura. Seis meses más tarde accedió a un puesto de profesora,
convirtiéndose en la primera mujer del mundo moderno que ejerció como tal.
En
París en 1888, a través de la Academia de las Ciencias, ganó el prestigioso
Premio Bordin de matemáticas, dotado con 3000 francos para el ganador, con su
trabajo que se titulaba: Memoria sobre un caso particular del problema de la
rotación de un sólido alrededor de un punto fijo, donde la integración se
efectúa con la ayuda de integrales hiperelípticas.
Weierstrass
le escribió desde Alemania: “No hace falta que diga cómo vuestro éxito ha
alegrado mi corazón y el de mis hermanas, así como de todos vuestros amigos
aquí. Yo, en particular, he experimentado una verdadera satisfacción; jueces
competentes han pronunciado ahora su veredicto: mi alumna fiel, mi “debilidad”,
ya no es una frívola marioneta”.
En
1981 se enamora de un primo lejano, y tras pasar a su lado unas vacaciones en
Francia, regresó a Suecia, donde se enfermó de neumonía. A fines del siglo, sin
antibióticos, la neumonía era una enfermedad casi mortal. Falleció poco después
de cumplir 41 años, en plena actividad intelectual.
El
llamado teorema Cauchy-Kovalevski, se publico en 1890 por primera vez a través
del Journal de Crelle, la revista “seria” de matemáticas de su época bajo el
título de Zur Theorie der Partiellen Differntialgleichung.
Una
de sus frases más difundidas, convertida casi en icono, dice: “Es imposible ser un matemático sin
guardar a un poeta en el alma”.
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